En nuestra Semana Santa, la vida discurre a borbotones y el silencio, el silencio tan solo se guarda para momentos muy especiales. Siempre hay abrazos, besos y apretones de manos, de los de verdad, de los que surgen desde lo más hondo del alma. Nunca hay un mal gesto, siempre hay predisposición y una sonrisa a punto, para que no quepa la menor duda de que todo se hace de buen grado y con el corazón.
En esta casa no hay diferencias, ni de raza, ni de sexo, ni posición social. Cada uno es diferente, único, con defectos y virtudes, en definitiva, es una casa donde habita “buena gente”.
En la fotografía, Manuel Espejo muestra el cáliz que tradicionamente y, con todo respeto a lo que representa, compartimos como signo de hermandad bebiendo todos/as de él.
Pero el momento culminante, es esa “Comida de Hermandad”, donde cada uno tiene un papel importante, que comienza en la madrugada del Viernes Santo con un buen chocolate caliente y una bandeja enorme de magdalenas bizcochos y pestiños.
Tras la procesión, una magnifica comida en la que no faltan en nuestra mesa, las tortillas de patatas, ensaladilla rusa y el bacalao frito, entre otras exquisiteces que nos brinda nuestra tierra. Aceitunas, gambas y langostinos, frutos secos, refrescos, cervezas y “fino”. Luego y tras esta comida, llega el momento más entrañable, al compartir el cáliz de vino como signo de hermandad. Juntos, presentes y ausentes, desde el más adulto hasta el más pequeño, brindamos por esta familia en la que todos nos sentimos totalmente hermanos.
Texto de Manuel Espejo
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