martes, 22 de abril de 2014

Saeta a la madre de Dios en el Viernes Santo de Baena






























Jesús se detiene en nuestra casa de hermandad








Y Jesús se detuvo en nuestra casa y se paralizó el tiempo, mientras escuchábamos esa música ancestral que todos, absolutamente todos los nacidos en esta bendita tierra, Baena, conocemos. Es el instante de ponernos en sus manos, sí, poner nuestras debilidades, esos valores que tanto necesitamos y cada Viernes Santo salen de esta casa de hermandad para acompañarte, en tu camino, en nuestras calles que se transforman en un calvario engalanado, donde todos quieren verte, asomarse a sus balcones, a sus ventanas, a puertas abiertas de par en par, no solo cuando tú te detienes


Nuestra puerta en Semana Santa, se abre a cualquier hermano, cofrade, penitente, paisano o forastero, a los que soportan con gusto el peso de tus andas, a los que se acercan con un simple detalle, un lirio morao que alfombra tus pies, que te toca  el alma, se llame Francisco, Juan Carlos, Rafael, se llame Antonio, Juan, Pedro, Manuel, Jesús…


Se llame María, Verónica, Magdalena, Josefina, Carmen, se llame Dolores, Soledad…

Jesús te detienes en nuestra casa y nos miras, con una dulzura extrema que suaviza algunas penas, algunos dolores, sin pensar quizá en otras ajenas, más amargas, más duras y más resignadas.

Suena la campanilla y el redoble de tres judíos, uno de ellos nonagenario, que enciende las plegarias con su toque pausado, mientras se destapa el alba y la luz del amanecer se prende en tu rostro moreno que eclipsa.

Tus hermanos de cera y los de andas te acompañan y tus nazarenos con su cruz al hombro, pero para cruces pesadas, la tuya, que carga con todos nuestros pecados, e indeseables conductas que tú, solamente tú, transformas en perdón.


Ya viene!


Encarnación te mira embelesada, con rostro suplicante,  desde sus ochenta y ocho años, resignada a sus circunstancias, llena de amor, eso se nota en la mirada y sus hijos lo saben y también tú Jesús mío,  nuestro, de todos,  que te paras con sus plegarias, con sus lagrimas que se desbordan, con su silencio prudente ataviado de fe y esperanza, lleno de amor…







Emoción !













Luego nos mira tu Madre y, ya no hay dolor más duro que soportar, ni rostro más bello al que mirar, ni lágrimas más dulces que se derramen, ni rosas más pálidas que tu cara, ni tristeza más grande para el alma, ni vacio para llenar en esta mañana de Viernes Santo que se desvanece…



Manuel Espejo Jurado.